Tras La lejanía (Cuaderno de Montevideo), Concha García acaba de publicar, con la editorial sevillana La isla de Siltolá, esta segunda entrega de sus diarios. Text&Context quiere celebrar la aparición de este nuevo volumen mediante la inclusión de esta reseña (que ha servido para realizar su presentación en Barcelona) en nuestra sección Piedra de sueños.
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Portada de Los antiguos domicilios
Para Concha García la escritura es, ante todo, un poder transformador y evocador, a la par que un valor testimonial en alza. Un valor insustituible. Sobre todo en tiempos de oscuridad y derrota; años en que la palabra del escritor, y de modo muy particular la del poeta, es poco menos que papel mojado para las muy respetables instituciones consagradas por el poder de turno.
Al iniciar la publicación de sus diarios, la autora de Los antiguos domicilios reivindica y restaura el carácter esencial, palpitante de vida interior y expresividad formal, de un género no muy cultivado entre nosotros, para dar cuenta no sólo de una experiencia personal que se desarrolla al calor de los trabajos y los días de su quehacer poético, sino sobre todo y principalmente de la función reveladora de una mirada que despoja de coartadas y subterfugios la realidad que nos envuelve. Mirada crítica, ácida incluso, que desnuda el mundo de las apariencias para mostrarnos los contenidos latentes de verdades incómodas o situaciones crueles.
Empezado en el año 2000 y concluido en 2013, el presente diario responde a la huella que, como impronta lejana, dejara un decisivo poemario: Acontecimiento. Publicado por Tusquets Editores en 2008, ese título, que para su autora significó doblar con éxito el Cabo de Hornos de su obra poética, recogía composiciones concebidas en lugares nada insólitos, espacios tan comunes y cotidianos «como la ducha, un café, autobuses, oficinas, habitaciones, estaciones. El poema se hallaba en íntima relación con el título porque lo importante era localizar dónde había sido concebido, en qué lugar, no en qué momento». [1]
Tal y como hiciera en ese libro, Concha García, al anotar «el paso de la vida a través de sucesos y gestos aparentemente triviales», [2] consigna en este nuevo diario no las fechas —que ya nada significan para su autora— sino los lugares. Lugares donde, así nos lo asegura, «una puede sentir […] toda la potencia de la palabra poética». [3] Potencia difícilmente comunicable, pues para expresarse necesita de ángulos diversos, «multiplicidades donde el espacio y el tiempo se condensan y evocan lugares». [4]

Portada de Acontecimiento
El lugar, pues, desemboca en todo un acontecimiento, tan peculiar como íntimo, donde la expresión se libera de cualquier carga o lastre inoperante para mostrarnos la fuente do mana la escritura, si ésta, claro está, es auténtica: la herida. «La herida se coloca en el grito y escribir desde la herida es la escritura.» [5]
Herida luminosa, sensible, real, alrededor de la cual el texto adquiere su forma para emitir las variadas tonalidades de sus múltiples significaciones; laceración abierta al mundo como «Una extensión sin límites que brilla y parpadea». [6]
Es precisamente de esa «extensión sin límites», extensión que «brilla y parpadea» para atraer sobre sí, como un imán, los objetos de una realidad fragmentaria y dispersa, de donde brota el ritmo, la regularidad que articula el texto. Al reflexionar sobre éste y otros fenómenos similares, que, como metáfora del mundo, aparecen en el curso o devenir de toda escritura, Concha García es muy consciente de que, «la naturaleza es ya, en sí misma, turbulenta, desequilibrada; su regla no es una oscilación estable en torno a algún punto de atracción constante, sino una dispersión caótica dentro de los límites de lo que la teoría del caos denomina «el atractor extraño», una regularidad que dirige el caos». [7]
«Objetos marcan su ruta» es un verso de Acontecimiento que viene a confirmar esta tendencia que, con carácter central, domina y dirige los pliegues sobre los que discurre y evoluciona el texto de Los antiguos domicilios. Uno de los trabajos de este libro no es otro que el de liberar al sujeto del malestar inherente a toda cultura; para despertar en él aquello que ya consignara Milan Kundera: la insoportable levedad del ser. Insoportable porque nada ni nadie la puede retener. En el momento, en el instante efímero y fugitivo de su escucha, ésta, si bien representa el acorde más firme y fiel de su alma, desaparece para encarnarse en otro lugar al que no podremos llegar sino tras larga y ardua búsqueda. Música callada, melodía del ser que se contrae y expande en lo escondido e infinito del universo; idéntico a sí mismo en un permanente devenir de cambio constante. Levedad, pues, es cuanto hallamos tras ejecutar una demoledora crítica de la cultura, que si bien nos representa y libera, también, y paradójicamente, nos encarcela.

El «efecto mariposa» en la Teoría del Caos.
Aspiración, demanda de belleza que nos arranca una y otra vez de nosotros mismos para reconocernos infinitesimales y libres: «Si sonase la música que me dijese y que al decirme me sacara de mí, sus notas me transportarían a su melodía y yo formaría parte de ella. Esa música debe existir. Se expandiría en el universo, y las notas, fragmentadas, formarían a la vez otra melodía, esta vez oculta.» [8] Así nos lo transmite uno de los fragmentos más hermosos de este libro, fijado en el texto en lugar tan recogido y propio como es el dormitorio.
Cada lugar es un instante. «Y los instantes —nos recuerda Concha García— se van yendo como si fueran pétalos.» [9]

«Y los instantes se van yendo como si fueran pétalos.»
Esta exploración de la belleza, sin embargo, no puede realizarse sino desde el análisis lúcido de la realidad, análisis que desemboca —¿acaso podía ser de otro modo?— en rebelión abierta: «Cuando no hay nada que disfrutar en este mundo, sobre todo los más pobres, la promesa del cielo es una buena excusa para vivir y someterse.» [10]
No es, precisamente, un espíritu de sumisión el que recorre las páginas de este diario. La observación aguda, el comentario oportuno que nos propone otra perspectiva ante una circunstancia contradictoria, cuando no la narración de alguna experiencia insólita, hacen que la lectura de las distintas secuencias anotadas en este libro —secuencias que son cortes, no fragmentos— desemboque en la sensación de haber culminado gozosamente un atractivo paseo en no importa qué estación del año. Saludable ejercicio mental que nos transporta a esa extensión sin límites bien definidos donde florecen la amistad, la poesía, el deseo, los viajes, la mirada extranjera, el trabajo, fecundas relaciones con el psicoanálisis, la otredad como destino o […]bligado de toda experiencia sensible, y la ciudad. Ciudad pensada y vivida como espacio abierto, plural; lugar de encuentro o mestizaje, que, a pesar de las muchas asechanzas que la agobian, «emerge de la oscuridad al amanecer airoso y arrogante». [11] Así emergen, también, las páginas de esta nueva entrega de Concha García del magma inorgánico que rodea, tratando de reducirlo, el acto creador, fundacional, de la escritura.
Barcelona, 3 de febrero de 2016
©José Enrique Martínez Lapuente (Reservados todos los derechos
NOTAS
[1] Concha García, Los antiguos domicilios, Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, p. 11.
[2] Ibídem, p . 11.
[3] Ibídem, p. 11.
[4] Ibídem, p. 12
[5] Ibídem, p. 57
[6] Concha García, Acontecimiento, Tusquets Editores, Barcelona, 2008, p. 21.
[7] Concha García, Los antiguos domicilios, p. 53.
[8] Ibídem, p. 70.
[9] Ibídem, p. 80.
[10] Ibídem, p. 75.
[11] Ibídem, p. 30.