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Barcelona, ciudad a la deriva.

Confinados

Del coronavirus a la economía verde: ¿Una transición imposible?

 

¿Cómo sugerir […] una ciudad sin palomas,
sin árboles y sin jardines,
donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas,
un lugar neutro, en una palabra?
Albert Camus / La peste

Ciudades vacías, con fantasmas a la deriva en un espacio inhabitable, contaminado. Ciudades suspendidas en el aire de su propio vértigo y surcando un tiempo indefinido. Ciudades que han alcanzado, al fin, los confines de su propio precipicio. Por los que se despeñan sueños, ilusiones, vanidades, promesas, esperanzas infundadas, palabras inútiles. Sí, hemos tocado el fondo, que es el fin, para vivir confinados. Con finados, con muertos que parten en la más aterradora soledad y sin la presencia física de sus más allegados. ¿Qué ha pasado? Nadie lo sabe. Los enfermos, las víctimas de esta pandemia, los nuevos apestados, aumentan de modo exponencial mientras de fondo suena una algarabía estéril de voces que hablan hasta desgañitarse desgranando hipótesis que ningún científico, cabalmente, puede confirmar. Incluso hay quien aprovecha esta confusión para especular con el dolor y la desesperación de una humanidad doliente y desorientada: políticos irresponsables, periodistas sin principios, empresarios infames. Sigue leyendo

Viaje al corazón de La Camarga

Para Andrée Santoni, porque si bien todo viaje abre en nuestra vida una perspectiva inédita, también, y simultáneamente, nos aporta una clara noción acerca de nosotros mismos: la del límite.

La vasta obra de Lawrence Durrell, El Quinteto de Aviñón, termina en Saintes-Maries-de-la-Mer para hacer de este enclave marinero  —lugar de peregrinación del pueblo gitano y capital de La Camarga— el símbolo exotérico de la renovación de la vida o nueva era, edad que se anuncia como triunfo sobre la ciega fuerza de la entropía. Alrededor de su iglesia, construida entre los siglos XI y XII, se arraciman las viviendas, como si éstas quisieran defenderla creando un círculo de protección, un dédalo fantástico de callejuelas y plazoletas que anudasen al mar la esperanza o el sueño de tantos peregrinos como suelen visitarla cada año. De la devoción a Marie-Jacobé y Marie-Salomé dan fe los numerosos y delicados ex-votos que adornan las paredes del templo, muestras de agradecimiento por los muchos favores recibidos. Al fondo de la iglesia, en la cripta, hallaremos la figura de Sara, la Virgen negra, a la que todos los gitanos llegados de no importa dónde veneran con tanto fervor como entusiasmo arrebatado.

Por el valor simbólico que adquiere el lugar, por sus muchas comodidades y amables tentaciones, iniciamos este viaje al corazón de La Camarga bajo la advocación de esa fuerza, entre telúrica y marina, que emana del lugar, y que Durrell sitúa en los confines de un misterio que no por oculto resulta menos evidente a lo largo de su obra.

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