Para ti, David. Escrito en la mañana de tu aniversario.
Con el deseo de que tu tiempo por venir sea mucho mejor que el tiempo que ahora nos desvive
El «proceso» iniciado en Cataluña con la puesta en marcha del «derecho a decidir» entra ya en su recta final. Veremos qué nos depara el próximo futuro. Mientras tanto, os invito a leer este texto que muy pronto publicará Ediciones Carena, de Barcelona, junto a los de otros autores, bajo el título de Por el derecho a disentir. En este «proceso» ha faltado, y sigue faltando, más reflexión y pensamiento y menos sentimientos viscerales. Más sosiego. Es mucho lo que está en juego y no podemos perder todo aquello que ha costado largos decenios de lucha.
«[…] leo un artículo de Menéndez Pidal sobre los proyectos
de estatutos autonómicos. Su criterio es unitario e historicista.
Teme la dispersión. Argumenta con que Cataluña y Galicia
nunca han sido independientes. Cita, en el modo de las
revistas técnicas, lo que “ha notado A. Castro”.
Este A. es Américo. El artículo me parece embarullado,
porque no va a la raíz de la cuestión, que es como debe
atacarla un político: la existencia real (por mucho que
contradiga a la historia) de una voluntad secesionista
en varias regiones. Y esto no se resuelve con textos
de Estrabón.»
Manuel Azaña, Memorias políticas y de guerra, Tomo I,
Editorial Crítica, Barcelona, 2ª Ed., 1978.
Pocos, muy pocos escritores españoles, que unieran además una firme vocación política a su práctica intelectual, han formulado con tamaño acierto uno de los problemas que desde hace mucho, mucho tiempo, atenazan el porvenir de este país al que, todavía hoy, seguimos llamando España. Porque, como muy bien señala la observación del que fuera presidente de la Segunda República Española, la «raíz de la cuestión» con relación a determinadas nacionalidades que integran el territorio «español» no es otra, en efecto, que «la existencia real […] de una voluntad secesionista». Esa voluntad, en Cataluña, hoy es real, existe más allá del poderoso aparato de agitación y propaganda desplegado por el gobierno de Convergència i Unió (CiU) y secundado por la oposición que lidera Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), seguida muy de cerca por Iniciativa per Catalunya Verds – Esquerra Unida i Alternativa (ICV-EUiA) y por esa otra formación de nuevo cuño llamada Candidatura d’Unitat Popular (CUP). Ese aparato de propaganda ejerce una presión continua sobre la ciudadanía, es cierto; sin embargo, y por sí misma, esa campaña de agitprop no explica el sentimiento de repudio que se ha extendido, como una mancha de aceite y a lo largo de años, entre amplias capas de la población catalana; principalmente entre la pequeña burguesía rural y urbana, pero también entre las clases trabajadoras, y, sobre todo, entre la alta burguesía, cuyos intereses residen más bien en paraísos fiscales y en sociedades multinacionales, con las cuales operan en el concierto global de la moderna sociedad posindustrial, que en un marco español, cuya existencia es percibida como un obstáculo para su plena expansión.