Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos decidido cambiar las pautas de un guion que no obedecía a los principios de nuestro deseo. Si bien las condiciones objetivas, aquellas que imponen la historia y el curso del tiempo, no lo permitían, el libre albedrío y una voluntad resuelta, torcieron aquello que parecía estar escrito con caracteres de fuego: el destino. Para los antiguos, esa fuerza desconocida que «obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos»1 se cumple sólo si la libertad interviene en la partida. Es una paradoja, aparentemente incomprensible, cuya contradicción sólo el oficio de vivir puede entender una vez transcurrida la mayor parte de nuestra vida.

Portada del libro «Cordero de Alá», que aborda, entre otros, el espinoso tema del yihadismo.
Dichoso, pues, aquel que pueda elaborar, en las postrimerías de su existencia, en las meditaciones propias de la experiencia, éste y otros misterios que nos cuestionan e inquietan. Dichoso, sí, porque no todo el mundo tiene la posibilidad de dar sentido a sus pasos perdidos en esta tierra que nos sustenta y aguarda.
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Así, por ejemplo, esos miles de desheredados, que arriban a nuestras costas tras una travesía incierta y peligrosa en busca de una oportunidad que les aparte para siempre de la miseria, de la opresión y del olvido.
Para esos contingentes de desesperados, que huyen de la guerra, de la explotación salvaje de su fuerza de trabajo, diezmados por el mar y por las mafias del crimen organizado, no es posible —no, al menos, en un primer momento— la construcción de un relato que articule, dé contenido y proyección al impulso central que determina su historia. Acuciados por la más elemental necesidad de supervivencia, su tiempo no libera el espacio sobre el cual reconstruir los trazos principales de su peripecia. Su objetivo, al que dedican todas sus fuerzas, no es otro que el de hacerse con un lugar bajo el sol, un lugar que les proteja del infortunio al que ya están más que acostumbrados. Algunos, los más privilegiados, lo consiguen, y el país de acogida será, en lo sucesivo, el único territorio verdaderamente suyo, adaptándose e integrándose en él tras superar no pocas barreras. Otros, en cambio, no lo logran. Vagan, a veces durante años, por calles y plazas, por descampados, como fantasmas, sin referentes ni identidad alguna. Perdidos. De entre éstos, los más vulnerables son los jóvenes, es decir, aquellos que carecen de un mínimo de experiencia, de afectos, de seguridad en sí mismos.

Huyendo de la guerra, atraviesan el mar en busca de refugio.
Horacio, el viejo poeta romano hijo de un esclavo que obtuvo la manumisión, dice, en cita muy comentada y extendida: «Los que cruzan el mar cambian de cielo, no el ánimo.» Cierto: probablemente fuera verdad en su tiempo. En el nuestro, dominado por potencias cuya auténtica naturaleza desconocemos, el alma, el carácter, la voluntad… cambian. Cuando se es objeto de violencias e injusticias sin cuento, cuando ya nada queda en un sujeto, ni siquiera el recuerdo… «Cuando —tal y como señalara Gabriel Celaya— ya nada se espera personalmente exaltante», el ánimo más templado se encoge y sólo una palabra viva, cargada de esperanza y de futuro, puede salvarnos. Mas no toda palabra difunde amor o compasión, valor, ternura o respeto. Para nuestra desgracia también tenemos la palabra que transmite ira, odio, hostilidad, rencor… Es decir, la palabra cargada de veneno. La retahíla discursiva que niega al otro, al que es diferente, al que no piensa y siente como nosotros. Y también, cómo no, esa otra variante, mefistofélica y edulcorada, del lenguaje empleado para ocultar la realidad, para tergiversar la verdad, que no pretende otra cosa que desviar nuestra atención de los verdaderos problemas que nos atañen y atenazan.
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En mundo tan revuelto como el nuestro —en ocasiones, verdaderamente siniestro—, expresiones tales como «armas de destrucción masiva», «imperio del Mal», «guerra humanitaria o preventiva» «bombas inteligentes, sin efectos colaterales mortíferos» constituyen buena muestra de la perversión que sufrimos. Desvarío nada inocente, corrupción lingüística puesta al servicio de intereses muy poderosos que las más de las veces, si bien aparecen como opuestos, resultan complementarios.
Un ejemplo de todo ello lo tenemos en Oriente Medio. En esa región estratégica, donde tantas cosas se juegan para el futuro de nuestro tiempo, nos encontramos con guerras continuas desatadas ya no se sabe cómo ni por quién. No parece sino que formen parte del paisaje como algo fatídico e inevitable. En ese territorio se libra una lucha sorda, cruel, sin límite alguno. Parece que todo vale con tal de controlar el territorio para apropiarse de recursos decisivos para las grandes metrópolis mundiales. A los viejos actores en liza se agregan otros que surgen con un empuje alarmante. Nos referimos, claro está, a esos grupos, grupúsculos, sectas y sociedades secretas que se agrupan bajo las siglas del ISIS o DAESH y que no se conforman con practicar una política de tierra quemada allí donde hollan sus pies. Bien pertrechados, adiestrados para infundir el terror más extremo y financiados por poderes ocultos de los que poco o nada se quiere saber, esos grupos, que actúan bajo nombres diversos en diferentes países, extraen su energía más destructiva de un credo religioso hábilmente manipulado y dirigido al exterminio del otro, del disidente, de todo aquel que, de uno u otro modo, se identifica o reclama de una cultura o valores diferentes a los suyos. En su cascada delirante no sólo pretenden fundar un califato que ilumine y controle la totalidad del orbe árabe; ambicionan, asimismo, imponerse en Europa, ampliar el radio de su influencia desde la periferia de las grandes ciudades hasta el centro de las mismas.

Terroristas del grupo DAESH en el acto de promocionar su marca o divisa.
Allí donde son más fuertes, es decir, en los países donde la guerra ya es total y abierta, los servicios de esta multinacional del crimen son requeridos por quienes sea que tengan necesidad de limpiar y preparar el terreno para la reconstrucción de todo cuanto el inmenso negocio de la guerra haya hundido. Por otra parte, no faltan las grandes empresas y grupos económicos que, con tal de mantener su actividad y presencia en las regiones sometidas por las milicias del Estado Islámico, ayudan financieramente a las mismas para seguir explotando actividades y recursos primarios. Así, por ejemplo, al grupo transnacional LafargeHolcim, de matriz francosuiza, dedicada a la fabricación de materiales para la construcción, «se le reprocha haber comprado petróleo al Estado Islámico, pese al embargo de la Unión Europea, y por haberle entregado dinero, a través de un intermediario, entre 2013 y 2014 para poder mantener en funcionamiento su planta de Jalabiya, en una zona que estuvo controlada por grupos yihadistas.»2
La justicia francesa, como es lógico, tendrá la última palabra sobre este asunto. Un asunto tenebroso. Sin embargo, este botón de muestra nos permite inferir el oscuro entramado de intereses que orbitan alrededor de esa realidad terrible que representa la Yihad en nuestros días.
Para desarrollar y llevar a cabo tamaña cruzada, los nuevos señores de esta guerra necesitan carne joven, gente inexperta, o decididamene malévola, a la que aleccionar en la práctica de la violencia más enloquecida hasta privarla de cualquier posibilidad de retroceso alguno. La religión, como ya hemos apuntado, es la coartada perfecta de la que se sirven para transmitir su credo de odio, pero tampoco desdeñan las muchas posibilidades de explotar las injusticias y desmanes que los gobiernos de esos países propician con su política criminal e irresponsable. Las ciudades de Occidente son, por añadidura, otro de los grandes semilleros de los que se nutren. En las principales urbes de nuestro entorno, el reclutamiento de jóvenes de origen musulmán tiene lugar dentro del ámbito salafista más exaltado. Jóvenes que, como decíamos antes, han perdido su identidad y carecen de los medios adecuados de subsistencia, son las víctimas preferidas por parte de esa red criminal. Sin embargo, hay casos bien documentados en los que hombres y mujeres que han superado todos los estándares de integración social, con estudios superiores y responsabilidades familiares, que han nacido y se han socializado entre nosotros, abandonan todo cuanto han obtenido para abrazar esa fe vindicativa y sangrienta, dispuestos a cruzar toda clase de fronteras con el objeto de librar una «guerra santa» contra el mundo que les ha dispensado cobijo y sustento. Cada límite, cada confín que traspasan les acerca, irremediablemente, hacia un punto de no retorno en que el alma traspasa el sol que la ilumina hasta cruzar eso que la comunidad científica caracteriza como «horizonte de sucesos», ese límite donde se diluye toda posibilidad de vuelta y que abre la sima del agujero negro.3

«…ese límite donde se diluye toda posibilidad de vuelta y que abre la sima del agujero negro».
Esta metáfora, deudora de la ciencia astrofísica, nos ha servido, a Hosni Chakir y a mí, para indagar a través del texto que hemos escrito en esa realidad que discurre junto a nosotros y de la que, cabalmente, pocos quieren tomar conciencia. Para acercarnos a ella hemos construido una trama narrativa que, en gran medida, se adelantó a los acontecimientos que, en el verano de 2017, tuvieron lugar en Cataluña. Nuestra novela, pues, Cordero de Alá, empieza en un lugar indeterminado de Bagdad, en ese teatro de operaciones militares que, desde hace muchos años, sufre las consecuencias de una guerra sin fin.
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Su protagonista principal, Mikel Izarra, es un periodista de origen vasco que trabaja para un diario de gran tirada que se edita en Barcelona: La Jornada. Destacado como corresponsal en Iraq, conecta con las redes yihadistas que operan en el territorio a partir del encuentro concertado con un joven militante islamista: Nourdin. Marcado por los servicios secretos norteamericanos, su rastro es seguido hasta una base secreta del Estado Islámico o Daesh. En ella, y debidamente instruido por un jefe misterioso, es autorizado a publicar un reportaje en la prensa occidental sobre los principios, medios y objetivos del grupo terrorista.
A Mikel le interesa, sobre todo, contar el recorrido personal e íntimo que lleva a un joven como Nourdin a unirse a esa malhadada empresa, cuyo final no puede ser otro que el de su propia muerte. Como él, decenas de jóvenes europeos han sido reclutados y viven en el campamento entregados por completo a la Yihad islámica. Tras una noche en vela, junto a una hoguera en uno de los muchos fuegos que calientan la fría noche del desierto, Nourdin desgrana su peripecia personal: infancia y emigración hacia España: Tánger, Valencia, Barcelona. Cuando Mikel comprende el sentido profundo de esa historia, al alba, se desencadena una batalla en torno al campamento. La artillería iraquí y una unidad de élite del ejército norteamericano machacan y asaltan la posición, llevándose consigo al periodista, quien, sin saberlo, ha sido controlado en todo momento por un dispositivo tan preciso como ingenioso: una molécula presente en el torrente de su sangre es detectada por un programa informático.
Advertido por el capitán Milton Caldera, responsable en Iraq de los servicios de información norteamericanos, de que su presencia ya no resulta grata, Izarra es evacuado en un avión de las fuerzas armadas hasta una base de Alemania. De vuelta en Barcelona, la publicación de una serie de tres reportajes sobre su particular odisea le dan proyección y fama internacional.
Es entonces cuando las tensiones en el seno del diario para el que trabaja, La Jornada, aconsejan la dimisión de su director, Joan Lafarga. Éste, defraudado por lo que considera una traición a su trayectoria profesional y a sus relaciones personales con el dueño del periódico, propone a Izarra para que cubra su puesto. Pero Mikel Izarra tiene otros planes: escribir un libro sobre su experiencia en Oriente Medio y publicarlo después de tomarse para ello un año sabático.
Ocupado como está en su nuevo cometido, Mikel recibe una oferta inesperada. Una oferta irresistible que, como ya es lugar común, «no puede rechazar».
En efecto, Carla del Monte, científica de primera línea en la investigación de las muchas y diversas aplicaciones de la nanotecnología, le entrega información privilegiada para que la publique dónde y como quiera. Se trata, así lo confiesa este nuevo personaje, de librar una guerra psicológica contra Daesh. Asimismo, invita al periodista a colaborar con la fundación para la que trabaja: el CESANAN (Centro Superior de Aplicaciones de la Nanotecnología). Detrás de esa respetable fundación privada, ubicada en las inmediaciones del Tibidabo, en Barcelona, se halla un complejo entramado de servicios de información dedicados a luchar contra el terrorismo global. Su director no es otro que el español Luis Antonio Segura Baeza, militar de carrera e ingeniero.

Monsù Desiderio. «Explosión en una catedral».
Mikel Izarra, que en Carla del Monte ve algo más que una simple oportunidad de ampliar información y conocimientos, acepta el reto y decide trabajar para ese centro. Con Carla, entonces, da comienzo una relación que, en el transcurso de una primera noche más que prometedora, queda interrumpida por la actuación de un sicario que trata de matar al periodista. Carla, rápida y mortal, dispara contra el barbudo islamista y lo pone fuera de combate.
Para el Estado Islámico, que se ha sentido burlado por la actuación de este profesional de la información, es ya un objetivo prioritario acabar con la vida del periodista y propalar a los cuatro vientos su victoria.
Protegido por Carla y por el complejo entramado de la «fundación» con la que ya colabora, Mikel se oculta durante una temporada en tierras de Provenza (Francia). Mas, de pronto, algo grave sucede: Carla ha sido raptada.
Con el objetivo de obtener valiosa información acerca de Osiris (el programa de seguimiento ideado por Carla), Daesh activa toda su estructura clandestina en Cataluña y decide, en base a objetivos estratégicos bien estudiados, iniciar una serie de ataques parciales que culminarán en un objetivo central, de alcance y resonancia mundiales: la basílica de la Sagrada Familia.

Uno de los objetivos de los terroristas del DAESH o Estado Islámico es, precisamente, el del templo de la Sagrada Familia, en Barcelona.
Todas las células durmientes del Estado Islámico en el territorio del Principado son movilizadas: golpes de mano y ataques se suceden, prólogo inevitable del reto que se avecina.
El gran templo de la Sagrada Familia es ocupado tras una dura refriega, y, entre los conjurados, se halla un conocido de nuestro periodista: el joven Nourdin, quien, voluntario, se ofrece como un cordero para el sacrificio sangriento. Convertido en hombre bomba, está resuelto a inmolarse para mayor gloria de la causa que mantiene. Sin embargo, una creciente división interna lo enfrenta consigo mismo y duda, vacila; ya nada sólido parece sostenerle.
La conmoción que se desata en toda España, y particularmente en Barcelona, pero también en otras capitales de nuestro mundo globalizado, pone a prueba la capacidad de resistencia de la civilización occidental. Una célula de crisis dirige las operaciones pertinentes para resolver la situación que, finalmente, y tras un giro inopinado de la trama novelesca, termina (como no podía ser de otro modo) con la derrota de la organización terrorista.
Carla del Monte, que ha sido llevada a la fuerza hasta el escenario del crimen, salva la vida in extremis. Meses después, los protagonistas principales de nuestro relato, viajan a Roma. En la Ciudad Eterna, Mikel Izarra es contactado por un colega, quien le invita a participar en un simposio que pretende abordar el drama de los refugiados sirios en Europa. Reticente a participar en semejante encuentro, el periodista vasco no tiene más remedio que pronunciarse tras el éxito obtenido por sus reportajes en todo el mundo. Mas lo hace de una forma peculiar, por persona interpuesta. En verdad, no cree que su alegato en favor de los refugiados sirva para conmover a nadie. Sin embargo lo hace, y su testimonio constituye una reflexión que a nadie deja indiferente.
Novela popular, elaborada con un estilo que pretende ser eficaz y directo, Cordero de Alá desea conectar con el gran público para abordar uno de los problemas más candentes de nuestro tiempo: el de la violencia terrorista que no persigue otra cosa que la destrucción total de nuestro mundo para satisfacer, así, un goce siniestro. Un absoluto del Mal que no conoce más razón que la del propio delirio irredento.
La experiencia de Mikel Izarra, tras la aventura vivida, nos advierte del peligro que supone no escuchar las voces que nos hablan de realidades próximas que no son atendidas. Nos dice, una vez más, que los problemas no enfrentados ni resueltos serán semilla de discordia, conflicto y enfrentamiento. Y nos desvela algo que los poderes de este mundo, sean del signo que sean, no quieren incluir en su agenda: la noción de límites. Hay fronteras que jamás deben cruzarse, que, de traspasarlas, dejan al ser humano vacío y exhausto, sin posibilidad alguna de volver a encontrarse a sí mismo como sujeto en su vínculo con los demás y con la trascendencia que emana de toda existencia. Advertir, denunciar e indagar en aquello que nunca ha sido dicho es una de las muchas tareas de la escritura, una de las fuentes del conocimiento y herramienta para atajar, en la medida de lo posible, la acción centrífuga de aquellas fuerzas que persiguen, al precio que sea, la negación de la vida y el sentido universal de la misma.
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José Enrique Martínez Lapuente
1Real Academia Española – Diccionario de la Lengua.
2La Vanguardia, 08/12/2017.
3«Los investigadores creen que una estrella similar al Sol cruzó el llamado horizonte de sucesos, el punto de no retorno del agujero negro.» El País, 13/12/2016.